PALABRAS DE PODER
Nosotros tenemos la capacidad de elegir: o bien, optamos por una vida acobardada, apagada y medrosa, o nos decidimos por levantarnos cada día diciéndole un sí incondicional a nuestra vida.
O nos encogemos como gusanos medrosos, o cada día nos sumergimos de lleno en la vida, bañando nuestro espíritu de todas las inmensas fuerzas de la Naturaleza. Podemos elegir: dejar que un mezquino terror se apodere de nuestro corazón, o henchimos nuestro pecho de un sano orgullo, estremeciéndonos de gozo por meter de lleno nuestras manos en la vida, en nuestra particular vida que nos toca vivir.
En el fondo de nuestro corazón, sabemos que la poderosa instancia de nuestra alma puede vencer muchos obstáculos, como también sabemos, que podemos desperdiciar el inmenso tesoro que es el día en que estamos viviendo, hiriendo de muerte al día con nuestra voluntad indecisa y nuestro torpe actuar vacilante y medroso.
Sabemos, que la vida humana nos ofrece múltiples opciones, y que una sola de ellas puede bastarnos para despertar en nosotros un vivo y grande interés. Como también sabemos, que nuestra indolencia, el dejar las cosas para después, el no estimar en lo debido la inmensa riqueza de la vida humana, nos conduce a una existencia de carencias y lamentos.
Tenemos la experiencia, de que si ha brotado de nuestro pecho una firme decisión, le podemos dar vida a esta decisión, con una pronta osadía, actuando de inmediato y sin dilación alguna. Como también la experiencia nos lo ha demostrado, que la irresolución nos lleva a la parálisis y al encogimiento.
En el fondo insobornable de nuestra conciencia, por más confusas que nos parezcan las cosas, si aun conservamos algo de bondad, sabremos distinguir el camino recto. Nuestro corazón ilumina a nuestra conciencia, o la conciencia le prende fuego a nuestro corazón, pero la realidad, es que siempre podremos distinguir el bien del mal.
Ante una adversidad, la vida nos da la oportunidad de tomar una decisión existencial: seguimos aferrados a la vida luchando con honor y dignidad, mostrando un valor ejemplar, o bien, maldecimos nuestro destino y hacemos de nuestra existencia un viacrucis. Si optamos por estar plenamente vivos en nuestra vida, podríamos sentirnos como se sintió Fausto, en la obra que con este mismo nombre escribió Goethe: “Siento bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio”. Si optamos por el viacrucis, aceptemos que permanentemente un mezquino terror se robará nuestra alma, y la aventará a las penumbras de la no vida, de la indecisión, y de un vaivén que va de la impotencia a la desesperación.
Ante las anteriores opciones, Critilo nos deja una impactante reflexión de Goethe, al poner en boca de Fausto la siguiente exclamación:
“Lancémonos en el torbellino del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen uno con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre”.
Goethe no nos habla de un mundo maravilloso donde todos nuestros deseos y fantasías se cumplen. No, sino que nos quiere transmitir la poderosa idea de que vale la pena meternos en “el torbellino de los acontecimientos”. Y todo torbellino implica extremos: dudas y certezas; lluvias que dañan, y a la vez lluvias que florecen los campos; torbellinos que implican pérdidas ante los riesgos, pero a la vez, torbellinos que nos encumbran en lo alto de las montañas.
Decía Séneca, que a todo bien, le seguirá un mal, y que todo placer trae su cuota de dolor. No se trata de una serie matemática, sino que nos quiere revelar el hecho de que la vida trae los inmensos regalos de una existencia exuberante, pero también, la vida trae el sello y el embrión de su propia muerte. Critilo nos invita a elegir las opciones que nos conduzcan a una incesante actividad, y a las opciones siempre amigas de una vida más plena y auténtica.
Nosotros tenemos la capacidad de elegir: o bien, optamos por una vida acobardada, apagada y medrosa, o nos decidimos por levantarnos cada día diciéndole un sí incondicional a nuestra vida.
O nos encogemos como gusanos medrosos, o cada día nos sumergimos de lleno en la vida, bañando nuestro espíritu de todas las inmensas fuerzas de la Naturaleza. Podemos elegir: dejar que un mezquino terror se apodere de nuestro corazón, o henchimos nuestro pecho de un sano orgullo, estremeciéndonos de gozo por meter de lleno nuestras manos en la vida, en nuestra particular vida que nos toca vivir.
En el fondo de nuestro corazón, sabemos que la poderosa instancia de nuestra alma puede vencer muchos obstáculos, como también sabemos, que podemos desperdiciar el inmenso tesoro que es el día en que estamos viviendo, hiriendo de muerte al día con nuestra voluntad indecisa y nuestro torpe actuar vacilante y medroso.
Sabemos, que la vida humana nos ofrece múltiples opciones, y que una sola de ellas puede bastarnos para despertar en nosotros un vivo y grande interés. Como también sabemos, que nuestra indolencia, el dejar las cosas para después, el no estimar en lo debido la inmensa riqueza de la vida humana, nos conduce a una existencia de carencias y lamentos.
Tenemos la experiencia, de que si ha brotado de nuestro pecho una firme decisión, le podemos dar vida a esta decisión, con una pronta osadía, actuando de inmediato y sin dilación alguna. Como también la experiencia nos lo ha demostrado, que la irresolución nos lleva a la parálisis y al encogimiento.
En el fondo insobornable de nuestra conciencia, por más confusas que nos parezcan las cosas, si aun conservamos algo de bondad, sabremos distinguir el camino recto. Nuestro corazón ilumina a nuestra conciencia, o la conciencia le prende fuego a nuestro corazón, pero la realidad, es que siempre podremos distinguir el bien del mal.
Ante una adversidad, la vida nos da la oportunidad de tomar una decisión existencial: seguimos aferrados a la vida luchando con honor y dignidad, mostrando un valor ejemplar, o bien, maldecimos nuestro destino y hacemos de nuestra existencia un viacrucis. Si optamos por estar plenamente vivos en nuestra vida, podríamos sentirnos como se sintió Fausto, en la obra que con este mismo nombre escribió Goethe: “Siento bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio”. Si optamos por el viacrucis, aceptemos que permanentemente un mezquino terror se robará nuestra alma, y la aventará a las penumbras de la no vida, de la indecisión, y de un vaivén que va de la impotencia a la desesperación.
Ante las anteriores opciones, Critilo nos deja una impactante reflexión de Goethe, al poner en boca de Fausto la siguiente exclamación:
“Lancémonos en el torbellino del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen uno con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre”.
Goethe no nos habla de un mundo maravilloso donde todos nuestros deseos y fantasías se cumplen. No, sino que nos quiere transmitir la poderosa idea de que vale la pena meternos en “el torbellino de los acontecimientos”. Y todo torbellino implica extremos: dudas y certezas; lluvias que dañan, y a la vez lluvias que florecen los campos; torbellinos que implican pérdidas ante los riesgos, pero a la vez, torbellinos que nos encumbran en lo alto de las montañas.
Decía Séneca, que a todo bien, le seguirá un mal, y que todo placer trae su cuota de dolor. No se trata de una serie matemática, sino que nos quiere revelar el hecho de que la vida trae los inmensos regalos de una existencia exuberante, pero también, la vida trae el sello y el embrión de su propia muerte. Critilo nos invita a elegir las opciones que nos conduzcan a una incesante actividad, y a las opciones siempre amigas de una vida más plena y auténtica.