24 mayo 2010

Carlos Ramírez: Bazbaz, un caso para la Araña

Lunes 24 de mayo de 2010

Entre los principios de derecho hay uno que define la credibilidad de los resultados y del valor de la ley: Si el proceso es viciado, sus conclusiones por tanto también serán viciadas. Al reconocer que hubo errores en el proceso de investigación del caso de la niña Paulette, el procurador mexiquense Alberto Bazbaz, violó los principios del derecho al presentar conclusiones válidas sobre errores procesales. Con errores, la justicia no es justicia.

Pero el asunto, en realidad, es menos jurídico y muchísimo más político. Si el gobernador Enrique Peña Nieto no fuera el principal precandidato presidencial priísta, el asunto Paulette, lamentablemente no hubiera tenido el valor que le otorgaron los medios. El cariz mediático, ha podido revelar los estilos políticos de hacer derecho del viejo régimen priísta que quiere regresar a la presidencia de la república.

Por tanto, lo importante del caso Paulette-Bazbaz no fue el derecho, la justicia, la muerte sospechosa de una niña con capacidades mermadas, el abuso de familia, la vigencia del sistema priísta, la politización de la impartición de justicia y la decisión gubernamental mexiquense de desdeñar el sentido común, y la inteligencia de los ciudadanos. Lo realmente valioso, era sostener a Bazbaz en el cargo como una forma de no ceder posiciones pre-presidenciales del gobernador Peña Nieto.

Lo demás… fue lo de menos, aunque al final los análisis y reacciones al informe final del carpetazo del caso Paulette, dejaron los primeros indicios de acreditación de responsabilidad, no a un procurador que cambió de tesis -del homicidio al… ¿auto suicidio?- y siguió tan campante defendiendo víctimas, sino a un precandidato presidencial que puso por delante su espacio de poder, pero por el camino de la violación del Estado de derecho. Así, el gobernador mexiquense, le dio más valor al cargo de Bazbaz como procurador que al sentimiento nacional de escepticismo, -para decir lo menos- sobre la niña Paulette.

No sería un caso inédito. En 1994, el entonces fiscal especial del caso Colosio, Miguel Montes, dio su primer informe a partir del criterio oficial de que se había tratado de un homicidio premeditado -“acción concertada”, dijo con claridad- y luego, presionado por el presidente Carlos Salinas, cambió su tesis a la de asesino solitario. Bazbaz hizo lo mismo: Primero afirmó que se trataba de un homicidio y luego dijo que siempre no. Por tanto, los casos quedaron contaminados.

Lo grave del Estado de derecho que ahora representa Bazbaz, radica en el hecho de que se pueden cometer errores de procedimiento y de investigación, y aún así imponer el resultado final. Por tanto, lo que quedó hecho polvo en el Estado de México fue el Estado de derecho. El reconocimiento de errores en la indagatoria procesal, debió de haber llevado a la autoridad estatal a cambiar a los responsables de la investigación. Pero resultó que el mismo funcionario que cometió los errores para determinar homicidio, fue el encargado de llegar a la conclusión de accidente.

Lo más grave del asunto es que Bazbaz como procurador, es al mismo tiempo el defensor de la víctima como ministerio público. Y para que no hubiera dudas, Bazbaz dijo textualmente: “Asumo, por supuesto, plenamente la responsabilidad institucional y personal que me corresponde como cabeza de este Ministerio Público por las citadas deficiencias”. Pero no se trataron de errores menores, sino de equivocaciones en una investigación criminal.

Y para que no hubiera duda de la disociación entre el sentimiento social y los compromisos políticos, hace menos de veinte días, Bazbaz asumió la presidencia del Órgano Rector del Sistema Integral de Protección a Víctimas del Delito del Estado de México. Si el Ministerio público es el defensor de las víctimas, ese organismo quedó ya marcado por la designación de un funcionario que cometió errores graves en la defensa de las víctimas. Pobres víctimas si Bazbaz las va a defender, igual a como procesó a la víctima Paulette.

16 mayo 2010

José Gil Olmos: La deuda de EEUU



MÉXICO, D.F., 12 de mayo (apro).-
El gobierno de Estados Unidos ha dado un viraje en su política respecto de la lucha contra el narcotráfico, y ahora lo ha tomando también como un problema de salud, no sólo de seguridad pública.
Esto ha llamado la atención de muchos que lo ven con buenos ojos, aunque habría que recordar que si el problema del tráfico y consumo de drogas ha crecido en todo el mundo, ha sido precisamente por la prohibición que desde principios del siglo XX impuso ese país al alcohol y el tabaco, lo que provocó todo eso que hoy sufrimos: adicciones, corrupción, violencia, mafia y muertes.
La base de la prohibición al alcohol y el tabaco en la década de los veinte fue eminentemente moral antes que de salud. En ese entonces, los sectores más conservadores de Estados Unidos vieron que el consumo de esos dos enervantes era un mal social, y lo catalogaron como un comercio ilegal que había que perseguir por la vía judicial y policial.
Esta óptica moralina no tardó mucho en derrumbarse ante el crecimiento del comercio ilegal de ambas drogas y la generación de los primeros grupos del crimen organizado en ciudades como Chicago, Nueva York y San Francisco, que empezaron a crecer, y con ellos la pelea por el poder.
Se generó también la corrupción policial y política, así como los primeros casos de lavado de dinero, además de que el negocio ilegal de alcohol y tabaco se extendió a otras ramas como la prostitución, la venta de armas y los juegos de azar.
Fue hasta entonces que se decidió legalizarlas y controlarlas. Luego, en 1930, Estados Unidos hizo la primera prohibición de la mariguana. Pero las bases del crimen organizado, y principalmente de las drogas, ya estaban formadas y se habían ramificado hacia Europa y Asia con la producción de hachis y goma de opio en Turquía, Medio Oriente y China, donde en 1909 y luego en 1912 se realizó la primera convención contra las drogas, prohibiendo la comercialización del opio.
Con la Segunda Guerra Mundial aumentó la producción de goma de opio y mariguana. Y es que en los frentes de batalla crecía cada vez más la necesidad de usar heroína y cannabis. Incluso hay versiones de la existencia de un acuerdo entre Estados Unidos y México para que en el país se plantaran y procesaran ambas drogas, que luego eran enviadas precisamente para el consumo de los soldados en la batalla, así como por los heridos, pues el infierno de la guerra lo requería.
Al término de la conflagración mundial se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y Estados Unidos, como país triunfante, volvió a establecer su política de prohibición en la primera convención realizada por el organismo internacional.
A partir de entonces, la ONU ha celebrado varias reuniones y convenciones (1946, 1961, 1971, 1988 y 2009), en las que se ha establecido la ley de la prohibición y la persecución al comercio de las drogas en el mundo, con los resultados nefastos que hoy conocemos.
Con su política simplista, Estados Unidos llegó a proponer que se estableciera la sustitución de cultivos en los principales países, como Afganistán, Bolivia, Colombia y Perú, sin tomar en cuenta las condiciones culturales de cada país o región.
Pero la criminalización, la política de palo y zanahoria, la persecución de los grupos de narcotraficantes, así como de los adictos, no hizo más que hacer crecer el negocio del tráfico de enervantes en todo el mundo, ocasionando de nueva cuenta el fortalecimiento del crimen organizado en muchos países.
Ocasionó también la corrupción del sistema político y financiero (¿o dónde se lavan 500 mil millones de dólares anuales producto del narcotráfico, si no en los bancos más poderosos del mundo, incluyendo Estados Unidos?), la violencia con miles de muertes diarias y la descomposición del tejido social en muchos pueblos, comunidades y ciudades.
Y, así, el poder del crimen organizado (entre éste el narcotráfico) ha crecido de manera desmedida, hasta convertirse en un grupo de poder en países como Italia, Colombia, Perú, México y, por supuesto, Estados Unidos, donde la mafia italiana y norteamericana llegó a crear o construir literalmente una ciudad, Las Vegas, para institucionalizar el juego, la prostitución y las drogas en un territorio determinado.
Hoy ya no se piensa en acabar con un problema que rebasa las fronteras y los gobiernos de todos los países, hoy se están planeando medidas de control, como es el caso específico de la legalización del cannabis o la mariguana, que es la sustancia ilícita de mayor consumo masivo (alrededor de 200 millones de personas en el mundo).
Para este caso se trata de establecer políticas más tolerantes hacia los consumidores y que se deje de considerar a la mariguana una droga tan dañina como la heroína; además, buscar la manera de que se comercialice legalmente con reglas precisas y más duras que en el caso del alcohol y el tabaco, y al mismo tiempo descriminalizar a los adictos y darles un tratamiento de enfermos, que es lo son en cualquier sociedad.
No se trata, pues, de aprobar sólo una medida para disminuir el comercio ilegal de las drogas, sino de pensar en una política integral que no esté basada únicamente en el combate frontal, usando para ello a la policía y el ejército, como de manera errónea lo hizo Felipe Calderón en México para legitimarse.
La muerte de más de 22 mil personas en esta guerra contra las drogas; la desaparición de cientos de ciudadanos en pueblos y ciudades, sin que se tenga un registro oficial; el crecimiento de adictos a drogas duras como las matenfetaminas; el aumento desbocado de la violencia; el rompimiento del tejido social en zonas del país, como Ciudad Juárez, y los mayores índices de corrupción entre gobiernos, empresarios y banqueros, así como en los cuerpos policiacos y militares, demandan un cambio de estrategia.
Estados Unidos tiene, en este contexto, una enorme deuda, y no basta con la ayuda militar hacia otros países, sino tomar medidas drásticas para sí mismo, porque la lucha contra las drogas comienza en la propia casa.

Rubén Moreira: El Tigre de Álica


Sábado 15 de mayo de 2010
En un periódico del occidente del país apareció esta descripción: “En cuatro años, más de mil habitantes de los cien mil a que asciende la población… han sido asesinados; más de dos mil familias saqueadas, la mayor parte de las haciendas y ranchos de ganado robados diariamente… las poblaciones importantes han caído en poder de los ladrones… inclusive (los pobladores de la ciudad más importante de la región) han vivido en constante alarma”.

Ésta, que puede ser una nota de tantas, apareció en un diario que circuló a mediados del siglo XIX y reseña la violencia que se vivía en aquellos años, en lo que hoy es Nayarit. La cita se encuentra en la novela Manuel Lozada, El Tigre de Álica del escritor, general y siempre rebelde Ireneo Paz.

Manuel Lozada está en la ruta de las novelas de Altamirano y Payno que relatan la dificultad que el Estado mexicano tenía para lograr el monopolio de la violencia, que describen zonas del país en manos de bandoleros y la imposibilidad de imponer en esos territorios la ley. En suma, un Estado fallido que en buena parte de su territorio no logra consolidarse.

Altamirano, en su novela El Zarco, tiene afanes pedagógicos y enseña que el bien triunfa siempre; que si alguien se aleja de la virtud, tarde o temprano sufre por ello, y claro que el esfuerzo es el mejor camino para la felicidad. Don Ireneo, con la independencia y la agudeza que heredara a su nieto, explora con destreza otros rumbos y describe la naturaleza y el actuar de un bandolero exitoso, los inicios de un transgresor de la ley, la ferocidad, la violencia de su conducta y, sobre todo, la capacidad sobresaliente para adecuarse a las exigencias del momento. Para el novelista no es ajena la relación que se establece entre el delincuente y los poderes político y económico.

A Lozada se le trata de combatir con la fuerza del Ejército y rápidamente incorpora a su banda conocedores de la táctica militar. Se envían en su contra tropas con el armamento más moderno de la época y en poco tiempo los enfrenta con uno similar que incluye piezas de artillería. Lozada se escabulle, aprende de sus adversarios, muta, conoce el terreno y, en muchas ocasiones, sacia su ira descuartizando a quienes derrota. Lozada substituye al Estado e imparte justicia, se une a los conservadores, apoya a Maximiliano y en su momento lo abandona. Lozada después de más de tres lustros de guerrear cae preso y es muerto, no sin antes tratar de sobornar a sus captores.

La paz no llegó con la muerte del bandolero conservador, don Ireneo relata: “Entonces sucedió algo muy diferente de lo que se esperaba. Al difundirse por la Sierra la noticia del fusilamiento de Lozada, lejos de que se transmitiera también el terror, se levantaron una infinidad de gavillas… No pretendían éstas vengar a la sangre de su caudillo, sino sustituirlo en el poder. Habían visto… que se había levantado de la nada hasta ser general, hasta llegar a disponer de riquezas… y mandar a miles”.

La historia mexicana del siglo XIX descubre lo que de vez en cuando sucede a las sociedades: la violencia llega a un punto que no tiene retroceso… cuando menos por un buen tiempo, sobre todo si se insiste en estrategias equivocadas para combatirla.

07 mayo 2010

Rafael Loret de Mola: El Sueño de Felipe

05/mayo/2010


Corría 1982 y, en Guanajuato, el priísmo hegemónico comenzaba a desbarrancarse empujado por la negligencia inexcusable de un “pequeño gobernador”, Enrique Velasco Ibarra. En el combativo Diario de Irapuato, que me enorgullezco de haber dirigido por cuanto confluyó a la formación de una nueva generación de periodistas con otra mentalidad profesional, el jefe de redacción, Mario Barajas Pérez, me hizo un planteamiento de fondo: --Oiga, ¿no sería mejor que nuestra primera plana fuera más equilibrada? A

brada? Algunos anunciantes se quejan de que sólo observan ángulos negativos. Quizá podríamos hacer un esfuerzo para rescatar lo bueno. ¿Qué le parece?

--Suena muy bien. ¿Qué llevamos mañana como principal? ¡Ah, sí! Los índices sobre la creciente desertificación en donde antes se sembraba fresa –símbolo de aquella región-, regada, para colmo, con aguas negras. Bastante malo, ¿no? Pero algo positivo habrá. Dígame usted.

--Bueno, el ayuntamiento informa que sembrará arbolitos en los camellones de la avenida por donde pasará, mañana, el señor gobernador. Es la nota más fuerte. ¿La colocamos en primera?

Y así, cada día. El dilema, en una perspectiva de severas desigualdades sociales y económicas, se cernía sobre un agudo golpe de conciencia: esto es, debíamos resolver si suavizábamos los hechos y las críticas para no causar en los lectores el consiguiente malestar, considerando que nuestro deber consistía en exaltar sólo lo rutinario para dar la impresión de que el gobierno cumplía y, por ende, la sociedad podía dormir tranquila. Pero, al mismo tiempo, ello sería tanto como claudicar ante el poder político cuya incomodidad se reflejaba en la disminución de la publicidad institucional e incluso la comercial bajo la presión del Palacio de Gobierno.

Optamos por permanecer en nuestra trinchera y los costos fueron terribles: Velasco Ibarra acabó solicitando licencia –en buena medida bajo el estruendo de los señalamientos del Diario-, y nosotros perdimos, descapitalizados, el periódico. Cerramos las puertas, lo recuerdo bien, sin que ninguno de quienes fueron mis colaboradores opusiera la menor exigencia; cada uno –y jamás lo olvidaré, reitero-, me animó a no ceder, a buscar espacios diversos y a seguir denunciando. Uno de ellos me dijo:

--Nuestra mejor victoria es, precisamente, que nos hayan conducido a la quiebra. Eso refleja que nuestras críticas, por ciertas, calaron en los órganos oficiales.

Le di la razón y un abrazo. Semanas atrás, en pleno forcejeo, quien fungía como coordinador de prensa gubernamental, Manuel Villa Aguilera, me telefoneó para darme “una buena nueva”:

--Les enviáremos la lista nominal de casillas para que la publiquen –tal era su obligación puesto que, por ley, debían difundirse los sitios de éstas a través de los periódicos de mayor circulación en cada plaza, y en nuestro caso estaba plenamente acreditada tal posición-. Sólo le pido, a cambio, una pequeña consideración.

--¿Cuál es, señor Villa?

--Que, desde hoy, nos envíe sus editoriales en la víspera de su aparición. Así honraremos nuestra decisión de cooperar más estrechamente.

--Le propongo algo –repliqué-: que desde ahora mismo sea usted el director del Diario. Así tendrá usted incluso el privilegio de utilizar los foros... honrando así su muy peculiar sentido de la libertad de expresión.

Por supuesto, no hubo trato y pagamos las consecuencias. (Por cierto este episodio ha sido recordado en ocasión del fallecimiento reciente de Velasco Ibarra; por su parte, Villa Aguilera se concentró en el centro del país y alcanzó, beneficiario de sus tareas predadoras, la titularidad de la dirección federal de Radio y Televisión por un amplio lapso. Dicen que el sistema siempre premia a los represores).

Paralelismos. Me entero, con creciente preocupación, que el llamado “primer mandatario”, Felipe Calderón, expresó, de viva voz, cuál es su sueño en relación con el manejo informativo:

--Sueño con ver, leer y escuchar en un medio que hay dos partes de la página (sic). En una... que estén los hechos o las noticias malas; y en el otro lado, las noticias buenas. Ya sabrá uno ponderar.

El camino para Calderón está abierto: no tiene más que invertir, como accionista principal, en un nuevo periódico destinado a desplazar a los periodistas, sobre todo los de estirpe, cada vez más acosados. Así, en calidad de director –nos libraríamos de un mal Ejecutivo en la esfera política, no así en la periodística-, tendría ocasión, por ejemplo, de exaltar sus discursos recurrentes colocando, en la página dieciséis –en donde él encontró una foto estimulante según dijo-, la información acerca de la salida de prisión de dos indígenas, tras casi cuatro años de confinamiento, víctimas de la injusticia, la inaudita prepotencia de la Procuraduría General y la negligencia pasmosa de la Presidencia de la República.

Y estaría, por supuesto, muy feliz... soñando, libre de pesadillas.